Kelley Mack, actriz estadounidense conocida por su entrañable papel como Addy en The Walking Dead, falleció el pasado fin de semana en Cincinnati a los 33 años, según confirmó su familia. La causa: un tumor agresivo del sistema nervioso central que enfrentó con una dignidad, una entereza y una franqueza pocas veces vistas.
Su verdadero nombre era Kelley Lynne Klebenow. Nació el 10 de julio de 1992 en Cincinnati, Ohio, ciudad a la que regresó en sus últimos meses, y donde encontró descanso tras una lucha que expuso al mundo con generosidad, sensibilidad y valor. La enfermedad que se llevó su vida —un astrocitoma, también conocido como glioma difuso de la línea media— es un tipo de cáncer poco común y altamente agresivo que afecta la médula espinal o el cerebro. A ella no solo le arrebató movilidad, sino que le impuso una batalla diaria, íntima y dolorosa, que documentó sin filtros en sus redes sociales. “Ha sido una época muy emotiva y difícil, que ha puesto a prueba mi fortaleza mental, mi fe y mi fuerza física”, escribió a principios de año.
De una minicámara a las pantallas del mundo
Kelley no solo actuaba; contaba historias. Esa vocación nació temprano, cuando de niña recibió una pequeña cámara de video como regalo de cumpleaños. Ese momento, aparentemente trivial, marcó el inicio de una carrera apasionada por la narrativa visual. Su primer paso en la industria fue la publicidad: protagonizó anuncios para marcas como Dr. Pepper, Dairy Queen, Ross o Chick-fil-A. Pronto, su rostro familiar cruzó a los hogares del mundo a través de la ficción.
Graduada en 2014 del prestigioso Dodge College of Film and Media Arts de la Universidad Chapman en California, Mack acumuló más de 35 créditos como actriz y cinco como productora. Su carrera abarcó desde thrillers postapocalípticos hasta dramas médicos y comedias independientes.
En 2018 alcanzó el reconocimiento internacional con su interpretación de Addy, una joven fuerte y decidida, en la novena temporada de The Walking Dead. Fue en esa misma producción donde formó amistades profundas. “¡Qué persona tan increíble! Estoy muy orgullosa de haber luchado junto a ella en nuestro último episodio juntas”, escribió su compañera de reparto Alanna Masterson. Le siguieron papeles destacados en Chicago Med, 9-1-1 y diversas producciones independientes, como Universal, una de las últimas películas que protagonizó.
Una lucha compartida
En enero de este año, Kelley sorprendió a sus seguidores al revelar su diagnóstico. El dolor lumbar que inicialmente achacó a una hernia discal se convirtió, tras una resonancia magnética urgente, en una pesadilla: una masa anormal en la médula espinal. La biopsia la dejó con movilidad reducida y dependiente de una silla de ruedas.
Pero no se rindió.
Compartió avances, retrocesos, frustraciones y pequeños triunfos, como cuando subió un video subiendo escaleras. “Es algo muy importante para mí”, escribió. Cada gesto, cada palabra, hablaban de alguien que nunca quiso rendirse ante la adversidad, y que transformó su padecimiento en una experiencia de conciencia, coraje y humanidad.
Más allá del personaje
Quienes trabajaron con ella la describen como luminosa, cálida y profundamente generosa. Su entusiasmo era contagioso, su dedicación total. “Kelley era conocida por su calidez, creatividad y apoyo incondicional a quienes la rodeaban. Su entusiasmo inspiró a innumerables personas dentro y fuera de la industria”, aseguró su familia en un comunicado publicado en CaringBridge.
Su vida se vio truncada, pero no sin haber dejado huella. Más allá de la pantalla, Kelley fue un ejemplo de resiliencia, de honestidad emocional y de profundo amor por el arte. En sus últimas semanas, hablaba de proyectos que quería realizar, de historias que aún deseaba contar. Y en esa ilusión final, se reafirma su legado: una mujer que nunca dejó de crear, incluso en la oscuridad.
Una despedida sin olvido
Kelley Mack falleció rodeada de su familia. Le sobreviven sus padres, Kristen y Lindsay Klebenow; sus hermanos Kathryn y Parker; sus abuelos Lois y Larry Klebenow; y su pareja, Logan Lanier. Su muerte ha generado una ola de condolencias en redes sociales, con mensajes de cariño de colegas, admiradores y miles de personas que se sintieron tocadas por su historia.
En tiempos donde el ruido parece reinar sobre la verdad, Kelley nos dejó una lección serena y profunda: la de vivir con autenticidad, incluso en la adversidad. Su luz —como escribió su familia— no se ha apagado. Solo ha cruzado al otro lado, donde las grandes almas siguen contando historias, aunque ya no podamos verlas.
Kelley Mack, 1992 – 2025.
Una voz que no calla. Un espíritu que no muere.
“Gracias por mostrarnos que incluso en el dolor puede haber belleza. Que incluso en la despedida, puede haber amor.”